2/11/12


Los pies de la gente en continuo movimiento, trasladando su peso, de un pie a otro,
en un movimiento automático, con una respiración casi inconsciente,
hasta que alguien se detiene en la esquina y mira, al fin, el cielo.
Un hombre suspira en el banco de aquella plaza, se silencia y rompe en llanto.
Un niño chasquea sus manos produciendo un ritmo constante,
los jóvenes agitan sus pelos largos,
las mujeres hacen girar sus largas polleras,
y la mano de otro niño, que se aferra a la de su madre, rogando por dentro que nunca lo deje solo.
Aquel hombre ya no sueña, aquel hombre ya no actúa, corre, en medio de la muchedumbre, corre y se deja lleva por el trajín de la ciudad, enceguecido por sus obligaciones, busca la tranquilidad en un cigarrillo, busca la libertad en algún bar, busca el amor en un hotel.
Aquel hombre ya no mira, solo avanza hacia ningún lugar; aquel hombre ha dejado su esencia tirada en alguna peatonal; el hombre de la mirada perdida, abandona su cuerpo en alguna silla al frente de una pantalla y no concibe ya el movimiento sino es para trasladarse de una oficina a otra.
Aquel hombre ya no se sienta a observar las partículas que caen con lentitud a su alrededor, con una lentitud insostenible.
Extraño mirar de los seres, que solo miran hacia adentro y se esquivan la mirada por miedo al encuentro, aprietan botones por doquier buscando la respuesta universal.
Aquel hombre que habría cesado de sentir, miraría el cielo si y solo si recibiera algo a cambio, ya no haría nada que no le diera algún beneficio propio.
Extraña evolución de nuestra especie que ha dejado sus cuerpos abandonados y sus mentes paralizadas.

Candelaria Spicogna 

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