26/2/11

Espantapájaros 8 (Oliverio Girondo)






Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

17/2/11

Las tortugas no quieren mirar el cielo.


Las tortugas no quieren mirar al cielo .


La juventud esta perdida! Dicen las viejas tortugas. Mientras ven a las mas jóvenes caminar sin dirección, ven como el futuro se acerca y ellas se esconden en su caparazón, se refugian en su cáscara ambulante, esa cáscara que las acompaña adonde van, saben que en cuanto no quieran mirar lo que sucede podrán refugiarse en ella. Y aunque su cuerpo nunca podrá librarse de ese caparazón, su cabeza si puede hacerlo, solo basta con que un día saquen su cuello para fuera, y miren al cielo.Ellas desesperan por su lentitud, ellas ven al mundo correr, será que no se dan cuenta, que ellas no son las lentas sino que el mundo gira demasiado rápido. No desesperes tortuga, algún día veras, tu cabeza saldrá del caparazón, algún día veras, el mundo ira mas lento.

 

6/2/11

Frente a frente


La puerta se cerró bruscamente, ella entro. La habitación estaba en completo desorden, una montaña de ropa, bollos de papel en el suelo, colillas de cigarrillo, el televisor apagado, una cama vacía. El día había llegado a su fin, la noche, enemiga de los solitarios, la abrazaba con todo su dolor. Estaba en silencio, no existía música capaz de expresar su estado de animo, tenia las manos frias, el pelo amotinado, la mirada perdida.
Se sentó sobre las frías sabanas y miro la pared en blanco por un largo rato, afuera las familias cenaban con tranquilidad, ella no tenia hambre ni siquiera ganas de fumar. Comenzó a recordar…a recordare todo, cada momento importante de su vida, si es que los había tenido, su infancia feliz, su familia, lar tardes de juego, el sol, las golosinas, luego la pubertad llego, los primeros años de secundaria, los granos, la gordura, cuando entendió que significaba la palabra menstruación, el colegio, sus amigos.
De repente, la adolescencia, el frio intermitente, las preguntas existenciales, las salidas, el alcohol, el humo, los problemas, los 15 años, su primera vez, el desamor, el engaño, los falsos amigos, los amores pasajeros, los utópicos, el ultimo año de secundaria, los amargos sabores del crecimiento, la realidad, el rock, la poesía, los verdaderos amigos, los amantes. Todo paso por su cabeza como una secuencia de imágenes editada a la perfección logrando resaltar los momentos no tan buenos de su vida. El reloj nunca había parado y ella, hoy, tenia 20 años, 20 años que habían pasado con muchas penas y pocas glorias, 20 años de experiencias que la habían convertido en lo que ella hoy era. Volvió en si, ya no veía las imágenes de su pasado, ahora se encontraba en aquella sucia habitación que minuto a minuto se hacia mas y mas pequeña, huyo al rincón, apretó sus rodillas, y abrió los ojos intentando no parpadear, no iba a perderse aquel momento, quería ver que sucedía. La habitación se seguía encogiendo, apenas cabía su cuerpo en las cuatro paredes que moviéndose lentamente la amenazaban, la luz se apago, su corazón se aceleraba cada vez mas, una puntada en el pecho similar al dolor de un pinchazo causado por un cuchillo, el dolor se agudizaba, no podía soportarlo, un parpadeo, el silencio, un espejo, la nada…