El actor prostituido, como cuerpo de todos, sin propiedad,
exponiendo su vida, al desnudo,
manos que lo tocan, todas
diferentes,
cientos de cuerpos rozandose,
haciendo el amor con el vacio, rozando lo etereo,
pies enraizados, cuerpo fragmentado.
El teatro como el preciso instante,
el estar,
el actor como profeta de un presente
que lo envuelve y una realidad que lo sacude,
su mirada en todos, y al mismo tiempo, en
ninguno, la mirada de los otros en el, exhibiéndose cual prostituya una noche
cualquiera en la puerta de un motel de la ciudad, hace su acto y se va,
personas que lo miran, lo sienten y se van,
espectadores que no le hablan, el busca
respuestas en sus rostros o en sus
mentes.
Su vida atravesada por otras vidas
de personas que son el, que lo invaden y luego lo vuelven a dejar solo, con su
yo…
cuerpos atravesando un cuerpo que
los recibe, una voz, cientos de voces que se emiten desde una misma boca,
el actor como ser de nadie, o de
todos, prostituyéndose en escena.
Candela,
reflexiones sobre el efímero teatro.
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